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Nicanor Barceló
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Opinión ADN: "Santiago, Cierra España", por Juanra Real Empty Opinión ADN: "Santiago, Cierra España", por Juanra Real

Jue 9 Abr 2009 - 18:38
"Santiago, Cierra España", por Juanra Real

Opinión ADN: "Santiago, Cierra España", por Juanra Real Cabeceraev6


Espacio dedicado a la opinión del político Juanra Real.


Atte. Nicanor Barceló (Director de ADN)

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Juanra Real
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Opinión ADN: "Santiago, Cierra España", por Juanra Real Empty Re: Opinión ADN: "Santiago, Cierra España", por Juanra Real

Vie 10 Abr 2009 - 18:47
Exhaló un fuerte grito y murió...


Tal día como hoy, Viernes Santo, hace dos mil años, en una ciudad israelí llamada Jerusalén se vivió la mayor historia jamás contada.

Jesús de Nazaret, un joven carpintero de Galilea, llevó su propia cruz acuestas hasta la cima del monte Gólgota a la víspera de la Pascua judía. Era reo de muerte, por blasfemo y loco, negaba las leyes judías y promulgaba ser Hijo de Dios. Realizó muchos milagaros mediante magia -dijeron en el Sanedrín ante Caifás, el sumo sacerdote- e hizo proezas tales como la multiplicación de los panes y los peces o la conversión de agua en vino en una boda en Canaán.

De pronto, aquel pueblo que lo recibió con palmas a las puertas de Jerusalén, aquel pueblo que lo vió crecer, aquel pueblo que vió todos sus milagros le dió la espalda, y ante Poncio Pilatos gritaron todos y cada uno de los presentes: "¡Crucifica a Jesús de Nazaret, el que se dice rey de los judíos!".

Jesús sufrió el peor de los martirios por entonces: la crucifixión, castigo para violadores, asesinos, adúlteros y ladrones, un castigo para las sabandijas del pueblo. ¿Para qué? Para promulgar la Buena Nueva del Reino de Dios, para darnos una oportunidad a cada uno de nosotros de llegar algún día después de nuestra muerte a ver el rostro de Dios.

Llevó su cruz hasta la cima del Gólgota, aquella cruz cargada de la inmundicia de unos hombres pecadores que damos la espalda a Dios en cada momento, guiados por nuestras propias apetencias y egoístas hasta la extenuación. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, el dolor de las espinas que apretaban su cabeza era insoportable. Le daban puñetazos, le escupían en la cara (el mayor gesto de repugnancia para un judío) y lo flagelaron hasta destrozar sus espaldas. Una vez en lo alto de aquel monte, clavaron sus manos y sus pies a la cruz que había llevado, lo unieron con su cruz, con la cruz con la que se llevaría al otro mundo los pecados de los hombres, para la Salvación Eterna del mundo.

Lo elevaron a lo alto del monte entre dos ladrones, todos aquellos que pasaban por debajo de su cruz le insultaban, todos decían: "Mira a éste, que se decía Hijo de Dios y ahora no puede bajar de su cruz". Lo cierto es que, aunque Jesús hubiera anunciado su resurrección, nadie en ese momento le creyó, todos le faltaron en la fe, nadie confió en sus palabras, incluso su madre, María.

Detrás de estos hechos se esconde ese gesto tan repetido hoy en día por los hombres, el no creer en lo que el Nazoreo carpintero que un día vino al mundo en un pesebre nos quiso anunciar, siempre caemos en el error de querer asegurarlo todo, cosa imposible para un hombre como tú o como yo, siempre nos falta esa confianza en sus palabras: "El Hijo del Hombre morirá y al tercer día de su muerte, resucitará de entre los muertos".

Y es esta falta de fe, ese no creer el que impulsó a muchos al abandono de la fe verdadera, de esa fe que consiste en el único y mayor mandamiento: "Amaos unos a los otros, como yo os he amado". Eso es lo que ha impulsado a los hombres a terribles matanzas como el Holocausto nazi, el Holodomor, la apartheid africana...

Y fíjate, querido lector, cuánto nos amó Jesús, que sabiendo que lo ibámos a insultar tantas y tantas ocasiones, sabiendo que tanto mal ibamos a hacer contra él, fíjate que se entregó a la muerte como un cordero manso y humilde, el más grande de todos los hombres, el que podía hacer los mayores milagros sobre la faz de la tierra, prefirió morir como una sabandija, para que todos nosotros tuviéramos una oportunidad para entrar a la Vida Eterna, una oportunidad para ver el rostro de Dios Padre, para llegar al Reino de los Cielos, nuestra verdadera patria (Filipenses 3,20).

Y ahora, yo te pregunto, querido lector, ¿Merece Jesús de Nazaret, aquel carpintero humilde y sabio de galilea, ser olvidado? ¿Merece ser odiado, tras dar su vida por nosotros, y aborrecido por muchos, como hoy en día le ocurre a esta mezquina sociedad paganizada hasta la extenuación? ¿Merece Dios, en su amor infinito hacia los hombres, a pesar de nuestros incontables pecados, ser borrado de nuestros corazones, merece la fe cristiana ser aborrecida por nuestras almas?

Amigo lector, te dejo en este día, día en que Jesús de Nazaret prefirió la muerte a la vida por sus amigos, esta pequeña reflexión, con todas mis buenas intenciones, prometiéndote una oración por tu alma, en espera de que la llamada a la conversión de aquel galileo llamado Jesús entre como soplo de vida en tu corazón. Te deseo lo mejor, querido amigo que está leyendo estas líneas.

La paz contigo.



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