Creación fuerzas políticas

Geoísmo

También denominado georgismo o economía. Se trata de una teoría económica que únicamente concibe la propiedad como producto de la transformación de los bienes naturales por medio del trabajo humano, es decir, sólo lo artificial, en sentido amplio, es susceptible de apropiarse. Los terrenos y bienes naturales, al no ser resultado de ningún trabajo, no pueden considerarse propiedad de nadie salvo mediante coacción. Entendemos por tanto que los terrenos, bienes y recursos naturales pertenecen a toda la humanidad.

Así, mientras que defendemos la no apropiación de los bienes naturales en base a lo dicho, igualmente defendemos que cada hombre tiene pleno derecho a la remuneración plena del producto de su trabajo. Nos oponemos de esta forma a cualquier tipo de gravamen sobre el mismo, tales como los impuestos sobre la renta o sobre el consumo (que es la reinversión del propio trabajo en otros medios productivos para la satisfacción de las necesidades propias). En su lugar, propugnamos un impuesto único entendido no como tributo, sino como renta legítima sobre los terrenos, bienes y recursos naturales, que pertenecen a toda la colectividad. Con la misma se financiarían ya los gastos corrientes del Gobierno ya una renta universal ciudadana, entendida ésta como la redistribución de la riqueza generada por aquellos bienes naturales aludidos, que pertenecen a toda la colectividad.

Ahora bien, esta defensa del producto íntegro del trabajo humano y de la libertad que le es intrínseca en tanto a sí mismo (es decir, el libre mercado y la no intrusión estatal generalizada en cuestiones económicas) y a su propiedad legítima no ha de confundirse con una defensa del capitalismo, es decir, el sistema económico basado en la primacía del capital (entendido éste como la riqueza acumulada basada en bienes de equipo). Nos declaramos anticapitalistas, en tanto defendemos un sistema económico basado en la primacía de la persona y su trabajo, en clave democrática y, por ende, de respeto y defensa de las libertades que le son propias, como se decía anteriormente.

Libertarianismo

El ser humano es esencialmente libre. Su acción no viene determinada únicamente por instito, en una cadena de acción-reacción (como predomina en el caso de los animales), sino que posee una intencionalidad en base a metas planteadas, para las que se hace uso de una serie de medios inmediatos o no al alcance de cada individuo. Es decir, el ser humano obra de forma teleológica, no institiva. Esta libertad sólo puede entenderse desde la asunción de un precepto fundamental: la autoposesión del propio cuerpo. La autoposesión implica en sí misma la vida, la propiedad y la misma libertad aludida (si me autoposeo es proque estoy vivo, si puedo actuar libremente, es decir, a voluntad, es porque me autoposeo). De esta forma puede comprenderse la conjugación de los tradicionales derechos negativos y, al mismo tiempo, la capacidad de generar propiedad a partir del trabajo humano voluntario.

Asumiendo sinceramente estos conceptos, no podemos sino rechazar toda forma de intrusión en el ámbito de vida privado salvo las necesarias para garantizar la convivencia del hombre en sociedad, esto es, para garantizar los derechos del resto de individuos convivientes con él (lo que se llama jurisprudencia negativa, y que enlaza a sí mismo con el siguiente apartado sobre el biocentrismo). Rechazamos cualquier diferencia en función de raza o sexo, así como cualquiera basada en la orientación sexual de cualquier índole, pues cada cual es libre de disponer de su cuerpo como estime pertinente. Este hecho nos lleva también a abogar por el libre ejercicio de la prostitución, las distintas sustancias drogoadictivas o la eutanasia.

Biocentrismo

El actual régimen jurídico sitúa al ser humano como sujeto de derecho exclusivo, sin embargo, esta situación no deja de estar basada en un prejuicio ciego. No hay diferencia entre limitar el ámbito de actuación del derecho a la sociedad humana que el reducirlo a una clase concreta de ésta, como en el pasado ocurrió con la nobleza o el clero dentro del sistema feudal. Por ese motivo, proponemos trasladar ese ámbito a un nivel mayor, superando el especismo, y abarcando de esta forma a todas las formas vivientes (en un sentido filosófico, pero sobre una base estrictamente biológica). Es decir, proponemos superar el antropocentrismo (humano) para pasar a un biocentrismo (vida).

Ahora bien, es importante hacer una diferenciación. No es lo mismo hablar de sujeto jurídico que de sujeto de derecho. El sujeto jurídico se considera actor y partícipe activo del entramado social, estando sujeto tanto a derechos como obligaciones (tanto en sentido negativo como positivo). El sujeto de derecho, por su parte, sólo se concibe en referencia a la actuación que sobre él ha de mantener un tercero, es decir, un sujeto jurídico (en este caso el hombre). La superación del ámbito jurídico del espacio únicamente humano sólo se entendería desde este segundo concepto, y es por ello necesario fijar un criterio objetivo sobre el que basarse. En nuestro caso, proponemos la capacidad sensorial, ésto es, la capacidad de experimentar dolor y de actuar mediante comportamientos instintivos, en sentido inamovible, y el respeto a su propia esencia y vida, en última instancia. En términos concretos, nos oponemos a toda forma de agresión intencionada a animales o vegetales, por situar las principales categorías, y sólo concebimos como legítima la alimentación a partir de vegetales (al no poseer capacidad sensorial), sin que por ello puedan ejercerse agresiones indiscriminadas contra los mismos (con lo que nos remitimos a las obligaciones del sujeto jurídico antes aludidas, es decir, al no poseer capacidad sensorial, se concibe la alimentación vegetal, pero no la posibilidad de agresión por este mismo hecho por parte del hombre, como podría ser la tala indiscriminada o los incendios provocados, por ejemplo).

Así, defendemos activamente una filosofía vital y dietética basada en el vegetarianismo o el veganismo, la autonomía animal (oponiéndonos a su explotación, sacrificio o estabulación, y como no, la tauromaquia en el caso español) y una legislación basada en el respeto por parte del ser humano a todas las formas de vida.

Autogestión

Aunque nuestro sistema político pretenda llamarse democrático, realmente tiene pocas razones para presumir de ello. En este sentido, es preciso definir claramente el concepto de democracia en sí, el cual entendemos como el gobierno en el que todas las personas (concebidas ahora como ciudadanos) poseen la capacidad de formar parte y participar en el mismo, haciendo patente su voluntad en consonancia y acuerdo con sus semejantes. A día de hoy, sin embargo, esta situación se ve constantemente violada por el monopolio representativo ejercido por los partidos políticos. Lejos de ser un hecho extraordinario, su propia naturaleza desemboca inevitablemente en la presente situación, a la que bien podríamos denominar partidocracia. La línea es la siguiente: una serie de partidos se arrogan la representación de ciertos preceptos ciudadanos (no de todos), los ciudadanos al final, al no poder competir contra plataformas organizadas (en algunos casos de tan amplia extensión como los partidos nacionales), no les queda otro remedio que aferrarse a ellas, pero este hecho no genera una retribución efectiva y necesaria por parte de las primeras. Así, no son pocas las veces que asistimos como un partido toma decisiones al margen de sus supuestos representados, no recurriendo a ellos en ninguna ocasión y, además, jugando con su imagen como si de una corporación se tratase.

Entendemos que la democracia no es pareja a la partidocracia, ni naturalmente, es la única forma de estructuración ciudadana que existe. Proponemos por tanto su superación hacia un sistema de autogestión democrática, en el que esta potestad política de los ciudadanos se ejerza, primero, de forma directa (en aquellos casos en los que sea factible, como a nivel municipal o intramunicipal), y sólo cuando no sea posible, a través de representantes, pero no a través de partidos políticos, sino de personas elegidas en calidad de sí mismas y como ciudadanos desde el nivel inferior hasta el superior, de forma estratificada y consecutiva, basándonos en los preceptos consejistas y situacionistas. Por poner un ejemplo, podría concebirse una asamblea ciudadana por distrito o municipio, de éstos se elige un representante que conforma una asamblea provincial, de éstos uno que conforma una asamblea regional, de éstos una nacional, etc, en los niveles que se estimasen. La distancia entre los representantes últimos y los ciudadanos en sí no puede entrar en conflicto si se limitan unos ámbitos de actuación propios y definidos en las competencias de cada nivel. Sólo la colusión trae el conflicto político, sobre todo cuando no surge de preceptos de acuerdo voluntario.

Consecuentemente, puede entenderse que abogamos por la mayor autonomía posible en los ámbitos inferiores (entendiendo incluso que éstos son los realmente soberanos), restringiéndose ésta a medida que se asciende en un estrato de esta estructura política. Cualquier estructura social superior al ámbito inferior no puede entenderse sino desde una óptica de mutuo acuerdo (que podría interpretarse como confederalidad), y no tiene por qué verse constreñida por límites de ningún tipo salvo el que decidan sus propios integrantes, por lo que rechazamos cualquier identidad nacional y los gobiernos-estatales al uso, abogando por el internacionalismo, el cosmopolitismo y el pacifismo (esta mezcolanza puede no verse muy clara remitiéndose a ejemplos españoles, pero por poner un ejemplo, es probable que esta unión surgiese de forma muy natural en regiones como la de Alsacia-Lorena, Luxemburgo y el Sarre, en Francia, a pesar de pertenecer todas ellas a "naciones" diferentes).

Ateísmo

No tenemos pruebas fidedignas de que exista ninguna entidad superior, ni mucho menos que ésta controle o influya de forma efectiva en nuestras acciones o circunstancias. Llamamos providencia únicamente a aquellas circunstancias que escapan a nuestra capacidad de comprensión inmediata. Aunque este hecho pudiese parecer una mera consideración metafísica, su asunción más o menos velada posee consecuencias directas en el cuerpo social, tanto a nivel subjetivo como en la propia estructura legal y política. Por tanto, rechazamos cualquier reconocimiento especial (sea tácito o explícito mediante un estatus jurídico) para cualquier religión, así como la financiación de las mismas. Asimismo, proponemos el abandono del actual calendario con base religiosa para su sustitución por un calendario laico, en el que sus efemérides se determinen en base a los progresos de la humanidad y no de un santoral definido. Este activismo no se reduce únicamente al campo político, sino que lo trasladamos al cuerpo social, abogando por los valores racionales y del criticismo científico como medio útil y capaz de explicar las vicisitudes de la sociedad humana, así como sus fenómenos sociales y culturales, en una vía de emancipación del dogmatismo y la superstición.