La crisis ¿ Sólo económica?

PARECE que lo dominante, lo que circunda nuestro espacio y lo compromete es sólo la crisis económica. Los economistas la definen en función de la inflación, el desempleo y el estancamiento, abultados déficit gubernamentales, altos costes de la energía y fracasos de la productividad, la incapacidad de los gobiernos nacionales para controlar las emisiones de dinero y los desequilibrios monetarios internacionales.

Si fueran los politólogos los que anduvieran por los vericuetos de la política nos dirían que existe crisis porque existe déficit de liderazgos políticos en este o aquel nivel, las debilidades en los sistemas de gestión, la ingobernabilidad y la democracia excesiva, y la incapacidad de los partidos políticos para canalizar y controlar los desajustes sociales acarreados por la crisis del sistema o modelo económico.

Los sociólogos, seguramente, nos hablarán de crisis porque se acentúan ahora las desigualdades sociales, el desafío a la autoridad tradicional, el déficit de motivaciones e incentivos y el resurgimiento de un individualismo perfectamente atomizado.

Si por el contrario fuera un psicólogo, nos disertaría sobre la crisis de la familia, de los abusos sobre los niños, la violencia de género denunciada por diferentes motivaciones, el desenfreno en el consumo de drogas en la búsqueda de los paraísos terrenales y el incremento de la criminalidad.

Pero la realidad nos dice que la dominante, la que encadena y atrae al resto es la económica. Una sociedad donde el desequilibrio se nota por la falta de liquidez estatal e individual, por el retranqueo y negación del consumo y por la cuasi prohibición de los mercantilismos, está abocada al fracaso.

Fracaso colectivo en cualquiera de las estructuras para más tarde, una vez puesta ésta en cuestión y casi destruida, pone al individuo en el disparadero y ya sin poner precio a nada.

Todo vale, cualquier cosa y cualquier moneda es de cambio para lo que sea. Y llegando ahí casi nada ya importa pues se llega a la extinción de la esperanza y al desencanto paulatino de la personalidad.

En las crisis existen los mecanismos necesarios para desde dentro renovarse, a pesar de todo aquéllo que se va a quedar en el camino. La única cuestión que puede preocuparnos es cuánto va a durar, si alguien está preparado para hacer el vaticinio y si el modelo no nos estará diciendo a grito pelado de su fracaso y de uno nuevo que aún está por diseñar.