EL PERIÓDICO | Un Estatut per a l'esperança

Desde el momento en que corresponde a las asambleas regionales la delimitación de sus competencias de autogobierno, carece de sentido hablar de discriminación. Toda asamblea es libre, posee la misma libertad, las mismas competencias que cualquier otra: elaborar a su parecer su Estatuto de autonomía. Discriminar sería obligar, no dar la libertad de la que todas disponen en la actualidad. En relación al análisis de Pujol, es cierto que Cataluña nunca ha dispuesto de un autogobierno como el de los estados europeos… sin embargo, parece olvidar que el nacionalismo no es más que un sentimiento, es decir, que el reconocimiento de un territorio como nación es tan solo un sentimiento y, en consecuencia, si Cataluña es o no una nación depende del catalán al que le pregunte. Eso quiere decir que el peso histórico de las instituciones o del autogobierno de siglos atrás importa poco si la cultura catalana ha estado perseguida de manera especial en un pasado tan próximo. Esa persecución ha unido más a los catalanes y ha dado como resultado que hoy los dos principales partidos del Parlament sean nacionalistas. El nacionalismo, aun siendo comprensible, no es algo que comparta ni que apoye, pero eso quita las falsedades que sean dicho, asegurando que hay regiones como Cataluña con privilegios o que el nacionalismo en Cataluña —reconocimiento de Cataluña como nación― deba ser menor que en Serbia, por seguir con el ejemplo. Lo compartan o no, todas las fuerzas políticas, independientemente de su ideología, deben reconocer la existencia de los sentimientos nacionalistas donde los haya y tratar de comprender cuál es su origen verdadero… tan solo así será posible conocer a los ciudadanos de una región y conectar con ellos. Lo contrario es decirle a un ciudadano “usted dice que siente tal cosa, pero en verdad no siente tal cosa o pero no puede sentir tal cosa”… Hay que entender que el sentimiento es algo muy personal, muy íntimo, hecho no a voluntad… El nacionalismo, allá donde exista, es una realidad tal como un edificio palpable, y como tal debe ser tratado.

No soy partidario de los nacionalismos, ni soy partidario de apoyarlos, menos de fomentarlos, pues los considero perjudiciales para la convivencia, pues son, como ya se ha dicho, sentimientos personales. Sin embargo, sería una irresponsabilidad absurda y ridícula negarlos y no tratar de comprenderlos.