La impunidad, la mejor fábrica de hacer monstruos

Si generalizamos al conjunto de nuestros jóvenes los repulsivos sucesos de las violaciones de dos menores por cuadrillas de menores cometeríamos un error y una injusticia. Si, por el contrario, queremos reducir a la estadística los repulsivos hechos seríamos peor que ciegos sociales. Es no querer ver lo que está sucediendo. Salir con que son hechos aislados o con que no se pueden tomar decisiones en caliente y otras cataplasmas es tan irresponsable como pernicioso y hasta suicida.

Algo perverso está sucediendo en los aprendizajes, en los valores, en las sensaciones de impunidad y en una permisividad que conduce al desastre. Algo malo está sucediendo en la escuela, donde el maestro es amenazado, vejado y hasta golpeado. Y no pasa nada. Algo malo cuando los padres de los agresores los amparan e incluso acaban ellos agrediendo al profesor. Hasta que un día son ellos mismos los agredidos Y no pasa nada, aunque esté pasando todos los días.

Se ha confundido, en un pendulazo comprensible pero atroz, la autoridad con dictadura y la disciplina con represión. Y acabamos, hemos acabado, por demoler los primeros conceptos como negativos cuando son imprescindibles y necesarios. Como conclusión se crea una especie de “pensamiento” en el que solo existen derechos y carecemos de deberes. “Hago lo que se me pone por huevos” refleja este concepto de libertad que es cualquier cosa menos ello pues supone la conculcación de todas las libertades ajenas.

Y ello cae en cascada sobre los que están ahora aprendiendo, como cae la perniciosa confusión que tiene que ver con lo anterior de que un padre es lo mismo que un hijo y un alumno que su maestro. Y para nada. Ni tienen igual de responsabilidad ni por tanto de autoridad. Conculcar el principio, además, rompe lo esencial de nuestra cadena de aprendizaje como especie.

Pero ahí seguimos. Incluso alentando la irresponsabilidad de manera inaudita. Desde el propio Gobierno. La píldora del día después al alcance directo y hasta sin receta médica de cualquier niña sin límite de edad. La pretensión de convertir el aborto en un derecho sin necesidad de conocimiento, consulta ni autorización paterna a partir de los 16 años. Dos auténticas aberraciones que se intentan hacer pasar como progresistas.

En la educación, en la escala de valores, en los deberes como imprescindible contrapunto a los derechos está la causa y está la solución. Pero no parece existir tristemente ninguna voluntad de afrontarlo.

También están las impunidades. Nadie habla de cárcel para los menores de 14 años. Hay otras formas, centros y formulas de castigo y de reeduación. De castigo, si, porque los delitos, gravísimos como en este caso, no pueden quedar impunes. Una reforma de la ley no va a cortar tales atrocidades, dicen. Tampoco ha evitado, por ejemplo, que se sigan produciendo asesinatos de mujeres por la violencia machista. Pero habrá que castigar a los culpables y por ello era necesaria la ley. Y el castigo al delito no es algo rechazable en origen sino imprescindible. Y en absoluto contradictorio con la reinserción. La aceptación de ese castigo, de esa pena por el delito cometido, es precisamente su primer paso.

Ni legalmente ni educacionalmente podemos seguir soportando pasivamente estos repugnantes hechos. Ni podemos esgrimir que son “esporádicos”, porque además, desde los de menor gravedad a los de mayor como estos u otros de violación y asesinato, son cada vez más reiterativos. No vale escudarse en el pretexto y al largo me lo fiáis de parapetarse en el “problema educativo” para no afrontar la cuestión legal. Habrá que enfrentar ambas cosas. Y ayer ya era tarde. Para las dos. La impunidad es la mejor fabrica para producir mostruos.

P.D. En breve hablaremos del bolso de Rita. Y hasta del pedrusco lunar que dice que ha perdió la hija de Franco. Pero que quieren que les diga, hoy me parecía esto algo más importante y urgente