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Manu Carrasco
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Todavía hay lugares de Paz donde el Encuentro de todas las Religiones en común es una realidad.Taize un lugar para encontrarse a si mismo y encontrar a Dios Empty Todavía hay lugares de Paz donde el Encuentro de todas las Religiones en común es una realidad.Taize un lugar para encontrarse a si mismo y encontrar a Dios

Jue 17 Sep 2009 - 18:27
Un poco de historia
Los comienzos
Todo comenzó en 1940 cuando, a la edad de veinticinco años, el hermano Roger deja su país natal, Suiza, para ir a vivir a Francia, el país de su madre. Había estado inmovilizado durante años por una tuberculosis pulmonar. Durante esta enfermedad había madurado en él la llamada a crear una comunidad.

En el momento en que comienza la Segunda Guerra Mundial, tuvo la certeza de que, al igual que su abuela había hecho durante la Primera Guerra Mundial, tenía que ir sin demora a ayudar a las personas que atravesaban esta ruda prueba. La aldea de Taizé donde se estableció se encontraba muy cerca de la línea de demarcación que dividía a Francia en dos: una buena situación para acoger a refugiados que escapaban de la guerra. Algunos amigos de Lyón comenzaron a dar la dirección de Taizé a aquellos que necesitaban refugio.

En Taizé, gracias a un módico préstamo, el hermano Roger compró una casa abandonada desde hacía años y sus dependencias. Propuso a una de sus hermanas, Geneviève, que viniera a ayudarle en su trabajo de acogida. Entre los refugiados que alojaban había judíos. Contaban con pocos medios. Sin agua corriente, iban a buscar el agua potable a un pozo de la aldea. La comida era modesta, sobre todo sopas hechas con harina de maíz comprada a bajo coste en el molino vecino.

Por discreción hacia aquellos que acogían, el hermano Roger rezaba solo, a menudo salía a cantar lejos de la casa, en el bosque. Con el fin de que algunos refugiados, judíos o agnósticos, no se sintieran incómodos, Geneviève explicaba a cada uno que era mejor que aquellos que quisieran rezar lo hicieran solos en su habitación.

Los padres del hermano Roger, sabiendo que su hijo y su hija se encontraban en una situación de riesgo, pidieron a un amigo de la familia, un oficial francés retirado, que velara por ellos. En el otoño de 1942 les advirtió que habían sido descubiertos y que tenían que partir sin demora. El hermano Roger vivió en Ginebra hasta el final de la guerra y allí comenzó una vida común con los primeros hermanos. Pudieron regresar a Taizé en 1944.


El compromiso de los primeros hermanos
En 1945, un joven jurista de la región creó una asociación para encargarse de niños que la guerra había privado de familia. Propuso a los hermanos acoger a algunos de ellos en Taizé, pero una comunidad de hombres no podía recibir niños, así que el hermano Roger pidió a su hermana que regresara a Taizé para ocuparse de los pequeños y ser una madre para ellos. Los domingos, los hermanos recibían también a los prisioneros de guerra alemanes recluidos en un campo cerca de Taizé.

Poco a poco algunos hombres jóvenes vinieron a unirse a los primeros hermanos y, el día de Pascua de 1949, siete hermanos se comprometieron para toda la vida a guardar el celibato, llevar una vida común y vivir con una gran sencillez.

En el silencio de un largo retiro durante el invierno 1952-1953, el fundador de la comunidad escribió la Regla de Taizé, donde redactó para sus hermanos «lo esencial para permitir la vida en común».
Ginebra 1942-1944
«Laboratorio de la futura vida común en Taizé»
Ginebra no sólo el lugar del 30mo encuentro europeo, pero también el del inicio de la vida común alrededor del hermano Roger. El hermano Daniel cuenta los dos años que pasaron juntos algunos hermanos en un apartamento de Ginebra:
El hermano Roger vivió en Ginebra de 1942 a 1944. Este período ginebrino fue para la comunidad y sobre todo para el hermano Roger una posición de repliegue. En Taizé ya habían ocurrido muchas cosas entre 1940 y 1942: toda la vida común había sido iniciada, no por el número de hermanos, pues el hermano Roger se encontraba solo, sino por la compra de la casa y las primeras obras. Algunas actividades del hermano Roger en Taizé habían sido peligrosas, se vio obligado a replegarse en Ginebra porque por primera vez su vida había sido amenazada. Fue, pues, un periodo de repliegue obligado, pero provisional.

El hermano Roger no sabía cuánto tiempo iba a durar esa situación: un año, dos años, diez años… No se tenía ninguna información precisa, no se sabía por cuánto tiempo duraría el conflicto mundial, aunque en Taizé todo estaba dispuesto para la creación de una vida de comunidad. Ante semejante situación cualquiera se hubiera desalentado, pero para el hermano Roger sucedía lo contrario: era la ocasión para una verdadera vida creativa, al lado del apartamento de sus padres, en la calle del Puits Saint Pierre, donde los primeros hermanos comenzaron a vivir con él. Por mi parte, yo vivía en un pequeño cuarto en esa casa, donde el hermano Roger también vivía. Max y Pierre vivían todavía con sus familias.

El hermano Roger había tomado rápidamente la presidencia del ACE, la Asociación Cristiana de Estudiantes, con la que organizaba cada año lo que se llamaba una «conferencia de primavera». Lanzaba un tema de reflexión y nos reuníamos en Ginebra o Neuchâtel para coloquios que permitían intercambiar sobre los temas que él pensaba: fue en ese contexto que lo conocí. Rápidamente me habló de su proyecto de vida común y después me preguntó si quería unirme a ese embrión de comunidad.

Por otro lado, el hermano Roger reunía alrededor de él, en el apartamento de la calle Puits Saint Pierre, lo que se llamaba en esa época la «gran comunidad». Con el entusiasmo creativo y desbordante del hermano Roger esa gran comunidad lanzó varias vías de actividades y de búsqueda. Me recuerdo todavía de los tres primeros temas donde se repartían a todos los amigos que venían a la calle del Puits San Pierre. El primer tema, para los intelectuales, se llamaba la «Suma»: se trataba de señalar todos los verdaderos valores que animaban nuestra vida de cristianos. El segundo tema de búsqueda era el «ministerio itinerante»: el hermano Roger había imaginado que, a partir del momento en que fuera posible, se enviaría a hombres de dos en dos para predicar la Buena Noticia en Suiza o en Francia. El tercer tema era lo que se llamaba la «ciudad de los niños». Había escogido el ministerio itinerante, pues estaba en la facultad de teología, tocaba directamente el ministerio. Pero el hermano Roger me dijo: «No, ¡te ocuparás de la ciudad de los niños!» Tuve que dar conferencias en Suiza francófona para anunciar ese proyecto, que debía realizarse en Francia y que tomó forma a través de la adopción de los niños y que Geneviève, la hermana del hermano Roger, atendió a partir del final de la guerra, cuando regresamos a Taizé.

Junto a estos tres grandes temas que animaban los coloquios de la gran comunidad el hermano Roger ya recibía invitados. El hermano Roger siempre buscó crear contactos, recibíamos a muchos amigos, más o menos jóvenes, para veladas que comenzaban con una oración común, donde esbozábamos la futura liturgia de la comunidad. Después, compartíamos una comida donde el hermano Roger había imaginado lo que nos parece completamente habitual ahora: el silencio. Esas comidas en silencio saltaban a los titulares, porque era algo muy novedoso. No resultaba ser tan evidente siempre, me recuerdo, por ejemplo, de una comida donde uno de los participantes había traído un enorme clafoutis de cereza: las cerezas nos estaban deshuesadas, imaginaos en el momento del postre, en el gran silencio, el estrépito de todos esos huesos que caían en los platos. Una carcajada general puso fin al silencio ese día. Hay que pensar que vivir una comida en silencio era en esa época un verdadero acontecimiento. Esas veladas con todos nuestros invitados eran finalmente como un laboratorio de nuestra futura vida común en Taizé.

Para terminar quisiera compartir un recuerdo muy personal. En ese tiempo estaba en la facultad de teología de Lausana, y realizaba el recorrido mañana y tarde, para asegurar en Ginebra la permanencia en Puits Saint Pierre. Al cabo del segundo año de teología hubo exámenes. Tuve que revisar mis cursos, y el hermano Roger, que estaba al corriente, me propuso un día echarme una mano. Estaba revisando los cursos sobre los Padres de la Iglesia. El apoyo del hermano Roger fue extremadamente precioso: me preguntó en qué punto me encontraba en el estudio. Le cité los nombres de los Padres que yo estaba trabajando. Y comenzó no un trabajo de repetidor, sino a contarme los Padres de la Iglesia. Tenía un particular afecto por algunos de ellos: lo que más me conmovió fue que hablaba de ellos como si los acabara de ver, como si justo hubiera tenido una gran conversación con ellos. Por mi parte me encontraba en medio de mis lecturas, mientras que tenía ante mí a un hombre para quien esos Padres de la Iglesia eran amigos, inspiradores y gente que, por decirlo de una manera, eran conocidos. Era algo absolutamente típico del hermano Roger: más que las ideas, lo que contaba era el contacto con las personas
Sobre Taizé: Una «parábola de comunidad»
Un poco de historia: Los comienzos
«Laboratorio de la futura vida común en Taizé»
Compromiso de vida
Entrevista con el Cardenal Kasper tres años después de la muerte del hermano Roger
El hermano Alois, prior de Taizé
El hermano Alois en la entronización del patriarca Cyril de Moscú
Hermano Michel
El arzobispo de Canterbury cuatro días en Taizé
El arzobispo ortodoxo Anastasios de Albania en Taizé
16 de agosto: cuarto aniversario de la muerte del hermano Roger
Miradas sobre Taizé
Juan Pablo II: Se pasa por Taizé como se pasa cerca de una fuente Una conversación con Paul Ricœur: « Liberar el fondo de bondad» Olivier Clément: "La confianza tendrá la última palabra" « Taizé, siempre »
El hermano Roger
Hermano Roger, de Taizé: 12 de mayo de 1915 - 16 de agosto de 2005 La muerte del hermano Roger: ¿Por qué? Un camino de reconciliación Palabras de Benedicto XVI : "Un ecumenismo vivido espiritualmente" Entrevista al hermano Alois: Un recorrido sin precedentes Mgr Daucourt, Obispo de Nanterre: El ecumenismo es ante todo un intercambio de dones Declaración de la Federación protestante de Francia: Respetemos la memoria del hermano Roger
Fotos del hermano Roger
Entrevista con el Cardenal Kasper tres años después de la muerte del hermano Roger
Hace tres años, el 16 de agosto de 2005, durante la oración del atardecer, el hermano Roger, fundador y prior de la comunidad de Taizé, fue asesinado por una mujer desequilibrada. Acababa de cumplir noventa años. El presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, recuerda esta figura en una entrevista con el “Osservatore Romano” del 15 de agosto de 2008.
El monje símbolo del ecumenismo espiritual

Han pasado tres años desde el fallecimiento trágico del hermano Roger, el fundador de Taizé. Usted mismo fue a presidir sus exequias. ¿Quién era para usted?

Su muerte me conmocionó mucho. Estaba en Colonia por la Jornada Mundial de de Juventud cuando nos enteramos del fallecimiento del hermano Roger, víctima de un acto violento. Su muerte me recordaba las palabras del profeta Isaías sobre el Servidor del Señor: «Maltratado, se humilla, no abre la boca, como un cordero llevado al matadero, como una oveja ante los que la esquilan» (Is. 53,7). Durante toda su vida, el hermano Roger siguió el camino del Cordero: por su dulzura y su humildad, por su rechazo a todo acto de grandeza, por su decisión de no hablar mal de nadie, por su deseo de llevar en su propio corazón el dolor y las esperanzas de la humanidad. Pocas personas de nuestra generación han encarnado con tanta transparencia el rostro humilde de Jesucristo. En una época turbulenta para la Iglesia y para la fe cristiana, el hermano Roger era una fuente de esperanza reconocida por muchos, incluido yo mismo. Como profesor de teología y después como Obispo de Rottenburg-Stuttgart, siempre animé a los jóvenes a pasar unos días en Taizé durante el verano. Veía cómo esa estancia cerca del hermano Roger y de la Comunidad les ayudaba a conocer mejor y a vivir la Palabra de Dios, con alegría y simplicidad. Todo esto lo sentí más cuando presidí la liturgia de su funeral en la gran iglesia de la Reconciliación en Taizé.

¿Cuál es, bajo su punto de vista, la contribución propia del hermano Roger y de la Comunidad de Taizé al ecumenismo?

La unidad de los cristianos era verdaderamente uno de los deseos más profundos del prior de Taizé, igual que la división de los cristianos fue para él una auténtica fuente de dolor y de tristeza. El hermano Roger era un hombre de comunión, que no llevaba bien ninguna forma de antagonismo o de rivalidad entre personas o comunidades. Cuando hablaba de la unidad de los cristianos y de sus encuentros con representantes de diferentes tradiciones cristianas, su mirada y su voz mostraban con qué intensidad de caridad y de esperanza deseaba que “todos sean uno”. La búsqueda de la unidad era para él como un hilo conductor hasta las decisiones más concretas de cada día: acoger con alegría toda acción que pueda acercar a los cristianos de tradiciones distintas, evitar toda palabra o gesto que pudiera retrasar su reconciliación. Practicaba este discernimiento con una atención que rozaba la meticulosidad. En esta búsqueda de la unidad, sin embargo, el hermano Roger no tenía prisa ni estaba nervioso. Conocía la paciencia de Dios en la historia de la salvación y la historia de la Iglesia. Nunca hubiera realizado actos inaceptables para las Iglesias, nunca hubiera invitado a los jóvenes a separarse de sus pastores. Más que el desarrollo rápido del movimiento ecuménico, buscaba su profundidad. Estaba convencido que sólo un ecumenismo alimentado por la palabra de Dios, la celebración de la Eucaristía, la oración y la contemplación sería capaz de reunir a los cristianos en la unidad deseada por Jesús. En este ámbito del ecumenismo espiritual es donde me gustaría colocar la importante contribución del hermano Roger y de la Comunidad de Taizé.

El hermano Roger describió a menudo su evolución ecuménica como una « reconciliación interior de la fe de sus orígenes con el misterio de la fe católica, sin ruptura de comunión con nadie » Ese recorrido no se enmarca en las categorías habituales. Tras su muerte, la comunidad de Taizé ha desmentido los rumores de una conversión secreta al catolicismo. Esos rumores nacieron, entre otras cosas, porque se le vio comulgar a manos del Cardenal Ratzinger durante las exequias del Papa Juan Pablo II. ¿Qué le parece la afirmación según la cual el hermano Roger se habría vuelto “formalmente” católico?

Viniendo de una familia protestante, el hermano Roger había realizado estudios de teología y se había ordenado pastor en esta misma tradición protestante. Cuando hablaba de la «fe de sus orígenes» se refería a ese bello conjunto de catequesis, devoción, formación teológica y testimonio cristiano recibidos en la tradición protestante. Compartía ese patrimonio con todos sus hermanos y hermanas de adhesión protestante, con los que siempre se ha sentido profundamente unido. Desde sus primeros años de pastor, sin embargo, el hermano Roger buscó igualmente alimentar su fe y su vida espiritual con las fuentes de otras tradiciones cristianas, cruzando así ciertos límites confesionales. Decía ya mucho de esta búsqueda su deseo de seguir una vocación monástica y fundar, con esta intención, una nueva comunidad monástica con Cristianos de la Reforma.

A lo largo de los años, la fe del prior de Taizé se fue enriqueciendo progresivamente del patrimonio de fe de la Iglesia Católica. Según su propio testimonio, entendía algunos aspectos de la fe mediante el misterio de la fe católica, como el papel de la Virgen María en la historia de la salvación, la presencia real de Cristo en los dones eucarísticos y el ministerio apostólico en la Iglesia, incluido el ministerio de unidad ejercido por el Obispo de Roma. Como respuesta, la Iglesia Católica había aceptado que comulgara en la eucaristía, como hacía cada mañana en la gran iglesia de Taizé. Igualmente, el hermano Roger recibió la comunión en múltiples ocasiones de manos del Papa Juan Pablo II, al que le unía una amistad desde los tiempos del Concilio Vaticano II, y que conocía bien su evolución en la fe católica. En este sentido no había nada secreto o escondido en la actitud de la Iglesia Católica, ni en Taizé ni en Roma. En el momento de los funerales del Papa Juan Pablo II, el Cardenal Ratzinger no hizo más que repetir lo que ya se hacía antes en la Basílica de San Pedro en la época del difunto Papa. No había nada nuevo o premeditado en el gesto del Cardenal.


En una alocución al Papa Juan Pablo II, en la Basílica de San Pedro, durante el Encuentro Europeo de Jóvenes en Roma de 1980, el prior de Taizé describió su propia evolución y su identidad de cristiano con estas palabras: «Encontré mi propia identidad cristiana reconciliando en mi mismo la fe de mis orígenes con el misterio de la fe católica, sin ruptura de comunión con nadie». En efecto, el hermano Roger nunca había querido romper con «nadie», por razones que estaban esencialmente ligadas a su propio deseo de unión y a la vocación ecuménica de la Comunidad de Taizé. Por esta razón, prefería no utilizar ciertos términos como «conversión» o adhesión «formal» para calificar su comunión con la Iglesia Católica. En su conciencia, había entrado en el misterio de la fe católica como alguien que crece, sin deber «abandonar» o «romper» con lo que había recibido o vivido antes. Se podría hablar mucho del sentido de ciertos términos teológicos o canónicos. Sin embargo, por respeto a la evolución en la fe del hermano Roger, sería preferible no aplicar a su persona categorías que él mismo juzgaba inapropiadas para su experiencia y que además la Iglesia Católica no ha querido nunca imponerle. Incluso en esto, las palabras del propio hermano Roger deberían bastarnos.

¿Ve usted vínculos entre la vocación ecuménica de Taizé y el peregrinaje de decenas de miles de jóvenes a ese pequeño pueblo de Borgoña? En su opinión, ¿son los jóvenes sensibles a la unidad visible de los cristianos?

En mi opinión, el hecho de que cada año miles de jóvenes encuentren todavía el camino a la pequeña colina de Taizé es verdaderamente un don del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy. Para muchos de ellos, Taizé representa el primer y principal lugar donde pueden encontrar jóvenes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Me siento feliz de ver que los jóvenes que llenan cada verano las tiendas y las carpas de Taizé vienen de distintos países de Europa occidental y oriental, algunos de otros continentes, que pertenecen a diferentes comunidades de tradición protestante, católica u ortodoxa y que vienen a menudo acompañados por sus propios sacerdotes o pastores. Muchos de los jóvenes que llegan a Taizé vienen de países que han conocido la guerra civil o violentos conflictos internos, con frecuencia en un pasado todavía reciente. Otros vienen de regiones que han sufrido durante varias décadas el yugo de una ideología materialista. Además hay otros, quizá la mayoría, que viven en sociedades profundamente marcadas por la secularización y la indiferencia religiosa. En Taizé, durante los momentos de oración y de reflexión bíblica, redescubren el don de comunión y de amistad que solamente el Evangelio de Jesucristo puede ofrecer. Escuchando la Palabra de Dios, descubren también la riqueza única que les fue dada por el sacramento del bautismo. Sí, creo que muchos jóvenes se dan cuenta del verdadero desafío de la unidad de los cristianos. Saben cuánto puede pesar todavía la carga de las divisiones sobre el testimonio de los cristianos y sobre la construcción de una nueva sociedad. En Taizé encuentran una «parábola de comunidad» que ayuda a superar las fracturas del pasado y a mirar un futuro de comunión y de amistad. De vuelta a casa, esta experiencia les ayuda a crear grupos de oración y de encuentro en su propio contexto de vida, para alimentar ese deseo de unidad.

Antes de presidir el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, ha sido Obispo de Rottenburg-Stuttgart y, como tal, acogió en 1996 un Encuentro Europeo de Jóvenes organizado por la Comunidad de Taizé. ¿Qué aportan estos encuentros de jóvenes a la vida de las Iglesias?

Ese encuentro fue, efectivamente, un momento de gran alegría y profundidad espiritual para la Diócesis y sobre todo para las parroquias que acogieron a los jóvenes provenientes de diferentes países. Estos encuentros me parecen tremendamente importantes para la vida de la Iglesia. Muchos jóvenes, como le decía, viven en sociedades secularizadas. Les resulta difícil encontrar compañeros de camino en la fe y la vida cristiana. Son pocos los espacios para profundizar y celebrar la fe, con alegría y serenidad. Las Iglesias locales tienen a veces dificultades para acompañarles adecuadamente en su crecimiento espiritual. Por ello, los grandes encuentros como los organizados por la Comunidad de Taizé responden a una verdadera necesidad pastoral. Es cierto que la vida cristiana tiene necesidad de silencio y de soledad, como decía Jesús «Cierra la puerta y dirige la oración a tu Padre, que habita en lo secreto» (Mt 6,6). Pero también tiene necesidad de compartir, de encuentro, de intercambio. La vida cristiana no se vive en aislamiento, al contrario. A través del bautismo, pertenecemos al mismo y único cuerpo de Cristo resucitado. El Espíritu es el alma y el aliento que anima ese cuerpo, que le hace crecer en santidad. Por otra parte, los Evangelios hablan con frecuencia de una gran multitud que venía, a menudo, desde muy lejos para ver y escuchar a Jesús y para ser curados por él. Hoy los grandes encuentros se inscriben en esta misma dinámica. Permiten a los jóvenes comprender mejor el misterio de la Iglesia como comunión, escuchar juntos la palabra de Jesús y confiar en él.

El Papa Juan XXIII denominó a Taizé como una «pequeña primavera». Por su parte, el hermano Roger decía que el Papa Juan XXIII era el hombre que más le había marcado. En su opinión, ¿por qué el Papa que tuvo la intuición del Concilio Vaticano II y el fundador de Taizé se apreciaban tanto?

Cada vez que me encontraba con el hermano Roger, me hablaba mucho de su amistad con el Papa Juan XXIII primero, y después con el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II. Me contaba, siempre con gratitud y con una gran alegría, los numerosos encuentros y conversaciones que había tenido con ellos a lo largo de los años. Por un lado, el prior de Taizé se sentía muy cercano de los Obispos de Roma en su preocupación por conducir la Iglesia de Cristo por las vías de la renovación espiritual, de la unidad de los cristianos, del servicio a los pobres, del testimonio del Evangelio. Por el otro, se sentía profundamente comprendido y apoyado por ellos en su propio desarrollo espiritual y en la orientación que tomaba la joven Comunidad de Taizé. La conciencia de actuar en armonía con el pensamiento del Obispo de Roma era para él como una brújula en todas sus acciones. Nunca hubiera tomado una iniciativa que supiera que sería contraria al criterio o a la voluntad del Obispo de Roma. Además, la misma relación de confianza continúa hoy con el Papa Benedicto XVI que pronunció palabras muy emotivas por la muerte del fundador de Taizé, y que recibe cada año al hermano Alois en audiencia privada. ¿De donde venía esa estima recíproca entre el hermano Roger y los Obispos sucesivos de Roma? Sin duda, tiene su raíz en lo humano, en las ricas personalidades de estos hombres. En definitiva, diría que viene del Espíritu Santo que es coherente en lo que inspira en el mismo momento a diferentes personas, por el bien de la Iglesia única de Cristo. Cuando habla el Espíritu Santo, todos comprenden el mismo mensaje, cada uno en su propia lengua. El verdadero artesano de la comprensión y de la fraternidad entre discípulos de Cristo es él, el Espíritu de comunión.

Usted conoce bien al hermano Alois, el sucesor del hermano Roger. ¿Cómo ve el futuro de la comunidad de Taizé?

Aunque nos habíamos encontrado anteriormente, fue sobre todo después de la muerte del hermano Roger que he aprendido a conocer mejor al hermano Alois. Unos años antes, el hermano Roger me había confiado que todo estaba previsto para su sucesión el día que fuera necesario. Él estaba feliz con la perspectiva de que el hermano Alois tomara el relevo. ¿Quién habría podido imaginar que esta sucesión iba a tener que hacerse en una sola noche, tras un inconcebible acto de violencia? Lo que me sorprende desde entonces es la absoluta continuidad en la vida de la Comunidad de Taizé y en la acogida a los jóvenes. La liturgia, la oración y la hospitalidad continúan con el mismo espíritu, como un canto que nunca se ha interrumpido. Lo que dice mucho, no solamente de la persona del nuevo prior sino también, y sobre todo, de la madurez humana y espiritual de toda la Comunidad de Taizé. La que ha heredado el carisma del hermano Roger es la Comunidad en su conjunto, que sigue viviéndolo e irradiándolo. Conociendo a las personas, tengo plena confianza en el futuro de la Comunidad de Taizé y en su compromiso con la unidad de los cristianos. Esta confianza me viene igualmente del Espíritu Santo, que no suscita carismas para abandonarlos a la primera ocasión. El Espíritu de Dios, que es siempre nuevo, trabaja en la continuidad de una vocación y de una misión. Él es el que va a ayudar a la Comunidad a desarrollar su vocación, en fidelidad al ejemplo que el hermano Roger le dejó. Las generaciones pasan, el carisma permanece, porque es don y obra del Espíritu. Me gustaría terminar repitiendo al hermano Alois y a toda la Comunidad de Taizé mi gran estima por su amistad, su vida de oración y su deseo de unidad. Gracias a ellos, el dulce rostro del hermano Roger nos sigue siendo familiar


Yo estube en Taizé en el año 93 creo recordar y conocí en persona al hermano Roger,fue para mi una experiencia inolvidable estar reunidos con tantos jovenes de distintas religiones hablando sobre el mundo , sobre Dios, sobre el hombre y sobre uno mismo con esto solamente os quiero decir que no solo hay odio en nuestro mundo que hay muchos puntos de paz donde se vive por mejorarnos a nosotros mismos y a todo que nos rodea yo os invito en algún momento de vuestra vida a visitar Taizé seas o no seas creyente creo que es una experiencia que nos vale a todos.

Rufino Colorado.
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Todavía hay lugares de Paz donde el Encuentro de todas las Religiones en común es una realidad.Taize un lugar para encontrarse a si mismo y encontrar a Dios Empty Re: Todavía hay lugares de Paz donde el Encuentro de todas las Religiones en común es una realidad.Taize un lugar para encontrarse a si mismo y encontrar a Dios

Jue 17 Sep 2009 - 18:45
Una experiencia inolvidable para los jovenes sean cristianos,catolicos o de cualquier religión,no es que lo haya vivido pero tengo conocimientos de muchos jovenes por aquel 1993 de lo que vivieron en Taizé.
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